Llevo tiempo meditando cómo me afecta la mediocridad. Es algo que me sulibeya sobremanera y que he comentado alguna vez. Vamos, que me asquea más de lo recomendable.
Durante los últimos treinta años, la calidad de los políticos, y hablo de la alta política en España, ha ido descendiendo progresivamente, hasta alcanzar unos niveles en los que la palabra mediocre se queda pequeña. Por no alargar demasiado este punto, que todos conocemos y nos afecta, simplemente apuntar que la sensación general es que, nos tememos que les importamos muy poco. Cobran sus sueldos porque seguimos pagando nuestros impuestos y se supone que son los guardianes de nuestros intereses, de nuestro bienestar, pero, cada vez es más evidente, que solo son los guardianes de los suyos.
Voy a intentar hacer una comparación con el mundo de la publicidad a ver qué me sale:
Como sabes, me dedico a la producción audiovisual y la fotografía y mi vida profesional se mezcla muy a menudo con la publicidad (fotografía de moda, catálogos de producto, etc.). Tengo que coordinar esfuerzos con personas muy dispares en la búsqueda del mejor resultado posible.
Imaginemos por un momento que el mundo de la publicidad se rigiese por las mismas reglas que vemos y leemos todos los días en los medios de comunicación (a los que daré un repaso en otro momento porque creo que también se lo merecen por sus responsabilidades sociales). De entrada en España no se puede hacer publicidad comercial descalificando a la competencia. Existen ciertas líneas invisibles que, a veces, se pisan o cruzan, con comerciales que hacen alguna comparación. Es sutil y en ocasiones se investiga, pero a veces acabamos viendo esos anuncios en la televisión. Me refiero a esos anuncios del tipo de 'tal detergente lava más limpio con la mitad de cantidad, que el mejor de la competencia'. En estos casos, ni siquiera se menciona al producto con el que se compara. Los mensajes publicitarios tienen la difícil misión de hacer creer al consumidor que lo que ofrecen es lo mejor por sí mismos, sin descalificar al competidor. Si descalificar fuera posible, los creativos lo tendrían chupado. Con decir que lo tuyo es mucho mejor que lo de enfrente, se hace un anuncio en un periquete. Sin embargo la creatividad consiste en contar en veinte segundos una historia que llegue al potencial comprador, centrándote exclusivamente en lo que ofreces.
Coca-Cola vs Pepsi |
Bien, pues en el panorama político español si siquiera se hacen comparaciones. En Estados Unidos, que concede ciertas licencias en publicidad, hay una guerra comercial abierta desde hace muchos años entre Coca-Cola y Pepsi y se han creado muchos comerciales chocantes de uno y otro fabricante en los que, se crean situaciones en los que los protagonistas tienen que elegir. Me viene a la memoria un anuncio en los que un conductor de un camión de Pepsi, sediento y con el camión lleno de refrescos, para en una gasolinera a sacar una lata de Coca-Cola y se la toma disfrutándola muchísimo. Hay otro anuncio de Pepsi en el que se juntan dos camiones de las dos marcas en un semáforo, los conductores se miran, el de Pepsi toma su botella de Pepsi y le da un trago y el de Coca-Cola sube el volumen de su música. El de Pepsi lo mira con superioridad, aprieta un botón y convierte el camión en una discoteca ambulante, dando saltos con los amortiguadores delanteros en plan Hip-Hop. Ambos son divertidos y muy creativos. Las dos multinacionales casi monopolizan el consumo de refrescos en todo el planeta y se dedican, no a descalificar al competidor, sino a hacer ver que son mejores que el otro. Y estos anuncios, además, no son los más utilizados. Se dedican, como la gran mayoría, a destacar sus propias virtudes sin mencionar los posibles defectos del otro.
Sé que me estoy extendiendo demasiado, pero quería dejar clara mi reflexión. No voy a favor ni en contra de nadie. Estoy a favor del sentido común. Si en una pandilla de amigos hay uno que siempre es negativo, que no le gusta nada de lo que se propone pero no aporta opciones, tarde o temprano será expulsado o, como mínimo, ignorado.
En publicidad hay normas básicas de ética y moralidad. En política ya no hay ni ética ni moralidad. El objetivo es mantenerse atornillado a esa silla que tan bien les da de comer sin esforzarse en aportar nada. Hablar mal del contrincante sin dar opciones o desviar la atención de lo importante para centrarse en temas secundarios. En el mundo de la publicidad esto sería un fracaso total.
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